Por: @MatiasDeRose
En un contexto de sobreexposición acorde a un mundo cada vez más inmerso en hábitos de consumo digitales, el movimiento que supo brillar en el underground de plazas fue transmutando de su esencia original, al punto que hoy se presenta, en cierto modo, como una nueva industria que promueve artistas altamente atractivos para el mercado tradicional de la música hispana. La escena argentina es la más paradigmática en este sentido, lanzando a la fama absoluta a artistas como Duki, Paulo Londra, Wos o Trueno, con millones de seguidores en la región. En España, Arkano, Robledo y Rayden, así como DrefQuila en Chile, siguieron el mismo rumbo.
Dentro de los aspectos positivos de esta expansión masiva se encuentra la repercusión del freestyle como una escena versátil y multifacética en tanto movimiento cultural, disciplina artística y deporte de alto rendimiento dentro de una misma propuesta. En efecto, este novedoso formato de entretenimiento cobró una notoria rentabilidad, llevando a que medios de comunicación masivos y grandes marcas patrocinadoras pusieran sus ojos en las batallas de gallos.
Por otro lado, el formato planteado por Urban Roosters para sus distintas ligas de FMS generó el inicio de una era de profesionalización que ya venía configurando Red Bull unos quince años atrás. Claro que las estructuras impuestas por el formato hicieron que se estandaricen determinadas normas y características al momento de improvisar en una batalla, por lo cual se ha perdido un poco cierta espontaneidad que se encuentra, por ejemplo, al escuchar a un rapero distanciado de los moldes habituales. Claro que esos mismos exponentes no logran sostenerse en un circuito cambiante que exige constante adaptación.