EL LENGUAJE DEL FREESTYLE VUELVE A ENTRAR EN TRANSICIÓN

EL LENGUAJE DEL FREESTYLE VUELVE A ENTRAR EN TRANSICIÓN

Ante la atenta mirada de un público, medios de prensa y jurados cada vez más exigentes en la exposición de contenidos, el freestyle fue transitando una metamorfosis lírica, desde la poética planteada en el underground de plazas hasta las profesionales ligas de FMS. Libertad de expresión en debate, ¿cómo fueron mutando los contenidos a través de los años?

Por: Matías De Rose (IG: @matiasderose)

Actualmente, las batallas de gallos llegaron a su punto de desarrollo más alto, con una exposición que tomó dimensiones extraordinarias. Un crecimiento que trajo consigo una gran responsabilidad, hasta hace unos pocos años el rap de plaza era un juego autocomplaciente y de pronto se volvió una acalorada competencia profesional de alcance masivo y global. Se tornó ineludible entonces el debate acerca de la discusión dialéctica.

El nivel de los competidores también se dirige en un camino ascendente, creando una saludable competencia interna que mide constantemente sus habilidades y su evolución para rapear. En efecto, así es como grandes artistas provenientes de la escena underground explotaron su mejor potencial. En coincidencia con esto, los jueces de los distintos eventos son un actor cada vez más exigente y ya no será tarea simple complacer su criterio, mucho menos con recursos y conceptos que puedan resultar demasiado triviales.

El lenguaje no es estático ni inocente; está en constante movimiento planteando representaciones culturales. Por eso mismo, será una virtud de cada competidor expresar esos símbolos de manera eficaz. El buen rap, después de todo, participa de un proceso creativo interesante en base a su lugar de orígen, y le sirve al artista de inspiración o identificación para ejercer sus propios códigos lingüísticos basados en descripciones etnográficas. Improvisar desde un lugar de enunciación claro, dando cuenta a su vez de la realidad que se ve y se vive (parte de la reconocida teoría constructivista del psicólogo ruso Lev Vygoysky).

Claro que esto no oculta una realidad insoslayable: el freestyle toma la forma central de un duelo de rimas improvisadas con el único fin de vencer a uno o más oponentes. Allí, con la adrenalina a cuestas, pueden aparecer figuras que resulten controversiales; aun así, se vuelve fundamental la comprensión del contexto y las cuestiones que hacen a la esencia de la disciplina, fuera de toda carga de interpretación moral. “Sólo el resultado justifica la acción”, diría Nicolás Maquiavelo en El Príncipe. O según la filosofía futbolera del argentino Carlos Salvador Bilardo: “Importa ganar, no importa cómo”.

Es por esta razón que las batallas no corren riesgo alguno de censura, como tampoco se ha coartado la libertad de expresión hasta la actualidad. Sin embargo, quedan pendientes algunas cuestiones al respecto flotando en el aire: ¿Es o debería ser juzgada la valoración moral sobre los contenidos improvisados? ¿Cómo podemos participar de un debate serio que plantee una integración igualitaria de la escena femenina, o bien fortalecer su propia liga o federación, como sucede en otros deportes? ¿Hasta qué punto es conveniente priorizar el factor deportivo por sobre el artístico? Será necesario un amplio consenso dentro de la comunidad del freestyle para marcar el terreno. O borrar sus límites.

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