
Improvisar para pertenecer: el freestyle como territorio para dos migrantes venezolanos en Colombia
Una historia de migración narrada a través de rimas. Ken Zingle, Lit Ignis y las batallas que el público no alcanza a ver.
Por: Carlos E. Díaz Rincón (@carlosdr998)
Uno migró por necesidad y urgencia; el otro llegó con su familia y una maleta llena de preguntas. Uno empezó a rapear en las plazas de Barquisimeto; el otro, en un colegio bogotano, mientras fingía jugar básquet para poder escaparse a competir.
Las trayectorias de Ken Zingle y Lit Ignis son distintas, pero este año se cruzaron en el punto más alto del freestyle colombiano: fueron los únicos venezolanos seleccionados en Red Bull Batalla, el torneo más importante del país.
En una ciudad que los adoptó a su modo —con abrazos, rechazos y rimas compartidas— encontraron algo que va más allá de la competencia: una comunidad, un refugio, una identidad.
Esta es la historia de dos migrantes que aprendieron a improvisar, incluso, su manera de pertenecer… y convirtieron la palabra en legado.
Como dijo Lit Ignis, “no hay nada más colombiano que un veneco improvisando”.
—Gracias por ser tan original, hermano. Eres un colombiano diferente —me dice Ken Zingle cuando subo a la tarima del Centro Cívico de Soacha para felicitarlo por clasificar a la nacional de Red Bull Batalla.
—No pelees tanto, mardito —interviene en tono amistoso su compatriota Lit Ignis, quien estaba detrás de mí.
—Yo sé que son tus amigos, pero mamahuevo, hay que decir las cosas como son —le responde Ken.
—Tranquilo, igual dejaste la mejor rima de la noche —cierra Lit, antes de bajar de la tarima.
Se refería a la frase que Ken le lanzó a Django —amigo de Lit Ignis— en semifinales de la regional de Bogotá:
“Dame acá, renuncia,
ponte la de Colombia y quítate la de Columbia”.
Sentenciada con un enérgico: “¡Dame mi bandera, huevón!”.
Que aplauda hasta el más xenófobo
Desde la vía de un ferrocarril abandonada en el occidente de Bogotá se alcanza a escuchar un beat de rap acompañado por la voz de Ken Zingle. “Gracias por el cariño, hermano, bendiciones”, dice a un seguidor que le donó dinero a través de un live de TikTok. A sus espaldas hay un mueble repleto de trofeos —aunque algunos de ellos se perdieron en el camino— y una bandera de Venezuela que cuelga como parte de su historia.
Kenneth Hernández (Ken Zingle, 32 años) en su habitación, rodeado de los trofeos que ha ganado en Colombia y en otros países de Latinoamérica como Perú, Ecuador, Panamá y México. // Foto: Carlos Díaz.
Lo que no ven los fanáticos es que Ken apoya su pierna derecha en una silla. Tampoco pueden ver el aro de luz que apunta a su cara, o la colección de chaquetas con las que ha brillado en las competencias de freestyle. Ni mucho menos sienten la presencia de sus acompañantes. Pese a que gran parte de su travesía por el rap fue sin su familia, ahora vive con su mamá, con sus dos hermanos menores y con uno de sus mejores amigos. “A él le quité la nacionalidad y le di la de Venezuela”, cuenta entre risas.
“Voy a ir a la regional de Red Bull Bogotá en silla de ruedas, tipo escena de El Padrino”. Hace un mes Ken se fracturó la tibia y el peroné mientras subía las escaleras de su casa, las mismas que lo llevan a su cuarto. Admite no ser bueno con las muletas, así que prefiere adaptar su puesta en escena a la silla. “Yo he pasado por cosas jodidas, pero este es uno de los dolores más fuertes que he sentido”. Todavía le cuesta creer el apoyo de personas como Valles-T, tricampeón colombiano, para su atención médica.
Ken Zingle mira a su amigo durante unos segundos. Le ha dicho a los muchachos que en este momento de su vida siente que le vibran las manos cada vez que tira una rima. “Confío tanto en mi potencial que, ese día, hasta el más xenófobo dirá que me lo merezco”, promete, después de agradecer a su madre, quien le preparó un plato de carne, arroz y tajadas de plátano maduro.
Rimar hasta que se dé
—Yo estoy brava contigo —le dice Janeth, la mamá de Lit Ignis, a Django cuando cruza la puerta de su casa.
—¿Y eso por qué? —pregunta Django con una risa nerviosa.
—Porque le ganaste la final —responde, mientras señala a Lit con complicidad.
—Gajes del oficio, doña Janeth —reconoce Django, cortando con la tensión.
El fin de semana anterior, Lit Ignis y Django, cercanos desde hace dos años, se enfrentaron en la final de Código de Barras (CDB), la competencia de freestyle más reconocida de Bogotá. Pero ahora, y como cada semana, se reúnen para entrenar junto a otro gran amigo, Ruffaz. Un venezolano, un samario y un bogotano en la misma casa con un objetivo compartido: estar listos para la regional de Red Bull, que se celebrará en pocos días.
Ruffaz, Django y Lit Ignis (Roberto Parra, 25 años) son parte de NWO: New Word Order, una crew que tiene como propósito no solo rapear, sino cambiar las reglas del juego. // Foto: Carlos Díaz.
La habitación de Lit Ignis guarda muchos misterios. Lo que más resalta es un tablero lleno de kanjis japoneses y frases que no se olvidan fácilmente. “Dame límites para romperlos, dame sueños para realizarlos”, “que todo mal de ojo quede ciego”, “I haven’t lost yet”, “solo depende del ki”.
Entre tareas, símbolos y recordatorios hay un mantra que sobresale con claridad: “soy campeón nacional de Red Bull”. Lo repite tanto que colocó la almohada en la parte baja de su cama, así cada vez que despierta, antes de tomar café con su madre, lo primero que ve es un cartel grande que dice “campeón”, colgado en la pared.
Tras un almuerzo casero preparado por doña Janeth y una charla distendida sobre sus últimos resultados en competencias de plaza, empieza el entrenamiento. Formatos de 4×4, 8×8, diccionario, kick back y 40 segundos se convierten en la excusa perfecta para compartir la tarde. En medio de un freestyle, Lit Ignis le expresa a Django: “No recuerdo cómo era mi vida antes de conocerte”, frase que cierra con un apretón de manos y un grito de celebración de Ruffaz.
—Yo no quería ver la batalla de Ruffaz contra Django, era como si estuvieran peleando mis papás— me confiesa Lit Ignis detrás del escenario, ya sin el aguacero que retrasó una hora el evento.
—Encima acababas de perder tú. Tenías la mirada en otro lado— le digo.
—Seguía en shock, marico, pero igual era imposible disfrutar de ese momento— admite, bajando la voz.
—¿Qué representa para ti que Django se haya clasificado a la nacional?— le pregunto, tras unos segundos en silencio.
—Es un orgullo muy hijueputa, porque él y yo tenemos procesos similares. Además —dice, mirándome—, era lo que te contaba cuando me acompañaste a tatuarme: yo en el freestyle hice amigos ya viejo, y Django es de los pocos que considero un hermano.
“Los loquitos de la plaza”
Cuando era niño, a Kenneth le gustaba volar cometa con sus amigos y comer helado en bolsa. Más tarde, empezó a bajar beats de Eminem, Fat Joe, Ice Cube y Mobb Deep para aprender a rapear. La primera vez que improvisó fue a los 12 años, para protestar porque no le dieron almuerzo en su colegio de Barquisimeto.
Un día vio a un hombre rapeando en la playa, soltó las pocas artesanías que le quedaban por vender y le dijo a la gente: “yo también puedo hacerlo”. Después de esa exhibición de freestyle, varios desconocidos lo invitaron a comer. “Ahí me di cuenta de que tenía un don para conectar con los demás”, evoca con una sonrisa.
Kenneth pasó gran parte de su adolescencia en una plaza al occidente de la ciudad, donde rapeaba con personas de diferentes barrios. Sin micrófonos, sin tarimas, sin parlantes. “Si quería ser un rapero completo, tenía que saber hacer beatbox”, cuenta. Esa herramienta le serviría después para ganar dinero en los buses y asistir a sus primeras batallas.
Un punto de inflexión para él fue cuando se presentó como artista en una parroquia del estado Lara —una comunidad pequeña en la que nadie lo conocía—. Niños y adultos se acercaron para apreciar sus rimas y lo felicitaron. “¿Por qué me piden fotos, si yo soy un loco que no tiene pa’ comer?”, se preguntaba, sin saber que el freestyle ya empezaba a mostrarle otra versión de su vida.
“Hice muchas cosas de las que me arrepiento”, asegura Ken Zingle al recordar el suceso que lo dejó nueve meses hospitalizado y que, poco después, lo empujó a migrar a Colombia. Esa noche, en Barquisimeto, recibió dos impactos de bala durante un enfrentamiento con la policía.
“La gente con la que robaba no estuvo pendiente en ningún momento”, dice. “En cambio, los loquitos con los que rapeaba en la plaza hicieron eventos para ayudarme”. Fue entonces cuando comprendió que el freestyle no era solo una salida: era lo único que seguía ahí. Después de salir del hospital, Ken decidió cambiar su historia. Ya no se trataba solo de escapar, sino de transformarse.
“Necesitaba huir de ese contexto. Era el momento de brillar y renacer con el arte”.
“Una decisión que no tomé”
Desde que salió de Venezuela, Roberto dejó de celebrar su cumpleaños. Prefiere no hacerlo porque le recuerda la casa de su abuela Gera en Lagunillas —estado Zulia—, las trasnochadas con sus primos, los entrenamientos de béisbol y aquel cumpleaños amargo que vivió en República Dominicana, cuando migró a los 12 años junto a sus padres y su hermana menor.
“Nunca me faltó nada, pero después de irnos me faltó mi gente”, admite al evocar las fiestas con más de 100 personas, comida en todas las mesas y litros de cerveza. Tíos que ni conocía, amigos de su papá haciéndose pasar por familiares y conocidos del barrio se reunían cada año para celebrar y llenarlo de regalos. “Parecía una escena de Goodfellas”.
“Mami me decía que yo me montaba mis películas; mi abuela Luz decía que yo era una bomba de tiempo”. Así describe al Roberto introvertido que nunca expresó lo que significó guardar sus 12 años de vida en una maleta. Se desahogaba en cartas que escribía a sus abuelas, y aunque podía verlas en diciembre, cada despedida pesaba más que la anterior.
Cuando por fin empezaba a adaptarse socialmente en República Dominicana —después de un año y medio almorzando solo y aguantando burlas en el colegio por su forma de hablar y por el hambre en Venezuela—, su papá fue trasladado de nuevo por la empresa de productos capilares donde trabajaba. Esta vez, el destino era Colombia.
“Chamo, yo también soy venezolano”, le dijo Fabrizio a Roberto cuando llegó a su nuevo colegio en Bogotá. Sus compañeros se amontonaron para saludarlo y le tiraron piropos a su acento. Pronto, lo apodaron El Mago por su talento con las cartas. “Fue mi primera forma de exponerme a la gente”, confiesa.
En la mañana de un sábado lluvioso en mayo de 2025, Lit Ignis interpreta su canción Ironside, acompañado por una banda de músicos que conoció cuando clasificó a la nacional colombiana de Red Bull Batalla.
“Me han juzgado por una decisión que no tomé.
Me fui de Venezuela, no sé si voy a volver,
pero cuando sea leyenda, el Zulia me lo va a agradecer”.
Expresa, con la seguridad que le faltaba a Roberto cuando era niño.
“Ironside” es la canción más personal del EP que prepara Lit Ignis junto a su grupo. “La escribí en un momento turbio, donde mucha gente creía que yo estaba muy feliz por estar lejos de Venezuela”. // Foto: Carlos Díaz.
“De odiar mis sueños a apreciar el insomnio”
La primera vez que Ken Zingle salió campeón nacional, hizo equipo con un colombiano.
“Mamahuevo, yo me voy a hacer contigo, pero vamos a ganar; tú sabes cómo soy yo: a mí no me gusta perder”, le soltó a un joven Nacho Artyz, freestyler bogotano que empezaba a destacar en las batallas. “Era un niño de su casa”, lo describe Ken.
Aunque ya era reconocido en Venezuela como un referente de las rimas intelectuales, ese día ganó un viaje a Argentina para representar dos banderas. “Por fin me dejaron ser campeón de Colombia, pero era a la mitad. Todavía no me fiaba”, reconoce entre risas.
“Les toca irse por tierra porque tú no tienes papeles”, le advirtió el organizador de Copa Camet a Ken Zingle.
“Mano, te voy a hablar claro, ¿sabes qué es lo bonito de eso? Que podemos rapear en cuatro países: Colombia, Ecuador, Perú y Argentina”, le dijo a Nacho antes de un viaje que le cambiaría la vida. No fue por el destino final —el evento en Argentina, donde estarían algunos de los mejores competidores del mundo, terminó cancelado—, sino por lo que significó acercarse al sueño de participar.
Ken Zingle se quedó varado en Perú y la organización no asumió el costo de su regreso a Colombia. Pero lejos de volver, como sí lo hizo Nacho, decidió quedarse rapeando por siete meses. “Un amigo me enseñó palabras en quechua. Cuando las utilizaba en los buses la gente se quedaba como: ¿por qué este veneco sabe nuestro idioma? Y me apoyaba”.
Sobrevivir en un país desconocido fue posible gracias a Choque, un campeón peruano que lo apoyó desde el inicio. “Él me ayudó a conseguir mi primer patrocinio”. Además, personas que lo admiraban por su papel en la Red Bull Venezuela 2016 —y que hoy son como sus hermanos— le ofrecieron techo durante semanas y le prestaron dinero para que pudiera alquilar su propia habitación.
En su estadía en Perú, Ken Zingle se enfrentó a los máximos referentes del país, como Jota y Stick, tricampeones nacionales. // Video: Dioses Del Estéreo.
Cuando terminó su viaje en Perú, Ken regresó a los hoteles del centro de Bogotá, en las zonas de tolerancia de la capital. “Cada vez que iba a otra ciudad o país llegaba sin plata, pero realizado”.
Como un guiño al Ken que se quedó a rapear en Perú, seis años más tarde pudo llegar a Argentina; pero en avión y como representante de Colombia en el Torneo de Plazas de Red Bull Batalla. Después de eliminar a los dos competidores argentinos —y de evitar en primera ronda a un compatriota—, salió subcampeón del evento. Se quedó a solo un paso de la internacional en España, el certamen en el que todos los freestylers quieren estar.
“Yo no duermo, es obvio;
pasé estudiando partículas y también microbios.
Pasé del amor al odio,
de odiar mis sueños a apreciar el insomnio”.
Le respondió a Klan, favorito del día, para sentenciar su batalla en cuartos de final.
Cuando Ken Zingle regresó a su silla de ruedas saltando en un pie y con una sonrisa en el rostro, sabía que había clasificado a la nacional de Red Bull Colombia. En cuartos de final le soltó a JM Serna:
“Mira, mira, ¡aleluya!
El Ken se paró por milagro de Dios, que todo fluya.
Las piernas no me tiemblan, te tiemblan las tuyas,
mira que no me tiemblan con estilo de la grulla”.
Después de agradecer al público con un: “no puedo caminar, pero me paro por los míos”, volvió a sentarse en su silla, se deslizó hasta el borde del escenario y, sin bajar la guardia, extendió la mano hacia el foso de prensa para chocarla conmigo.
—Me la quieren quitar, pero no me voy a dejar —dijo con la voz tensa y los ojos encendidos, como si todavía estuviera en batalla.
“No lo tengo todo porque no te tengo miedo”
Cuando Lit Ignis llegó a Bogotá, su mundo cabía en tres lugares: el conjunto, el colegio y los centros comerciales donde iba al cine con su papá cada fin de semana. “Esta ciudad es muy grande y peligrosa, no la conocemos, me decía mami”, recuerda. “Te podrás imaginar el poco de mentiras que tuve que meter para salir a mis primeras batallas”.
Lit ya conocía el freestyle por videos de raperos venezolanos como Summer, Wako, Dark, Chang y Anestesia. También había practicado el famoso “tira pulla” con sus amigos de República Dominicana. Pero fue gracias a dos compañeros de su colegio —Manuscrito y Mclabas— que empezó a darse cuenta del camino que quería transitar. “Ellos me mostraron que en la página de Red Bull se podían hacer batallas virtuales. Allí practicaba”.
Después de varios enfrentamientos escolares, se animó a ir a Shut Up, la liga de freestyle de unos amigos que conoció por la página de Red Bull. “Má, voy con Gereda (Mclabas) a jugar básquet en un parque”, le dijo ese miércoles a su madre, aún con el uniforme puesto. “Fue más fácil convencerla porque ya estaba en mi último año del colegio”, reconoce.
Lit Ignis quedó campeón y volvió con un botín inesperado a su casa: 20 mil pesos colombianos. “Marico, yo soy Dios”, se repetía cuando regresaba de las competencias con dinero, una camiseta o un dibujo. Pero más allá de los premios, lo que de verdad le llenaba era el placer de exponerse y el orgullo de conectar con la gente. “El freestyle fue terapia de choque para alguien tan tímido como yo. Así ganara o perdiera, se me acercaban un montón de personas a abrazarme y a decirme: ‘hermano, rompiste’”.
Su rutina durante años era ir a clase en la universidad —la Escuela Nacional de Cine—, almorzar, comprar un energizante e ir a la batalla que hubiera ese día. La gente en la plaza le decía MC Mochila porque siempre llegaba con pinta de estudiante. “Al inicio me daba pena que conocieran mi doble vida, por eso nunca llevaba personas externas a las competencias”, acepta. Los raperos del parque eran más cercanos a Lit Ignis que a Roberto.
Para participar en CDB X, el evento más importante que había tenido hasta 2020, Lit Ignis tuvo que pedir permiso en su trabajo de fines de semana como domiciliario en una pizzería. En ese entonces, también hacía sus pasantías en una empresa de marketing. Cuando su padre perdió el empleo, justo antes de la pandemia, tuvo que asumir todos los gastos para poder graduarse como cineasta.
La competencia, grabada en un plató de televisión, fue sintonizada en vivo por todos sus familiares desde Venezuela, incluidos sus padres, que habían viajado al Zulia por unas semanas. “Era la primera vez que me quedaba solo, y la primera vez que me veían batallar”, recuerda Lit Ignis, que salió subcampeón del evento. Ese día, su familia entendió —y aceptó— lo que después se convertiría en su trabajo.
Esta es la tercera publicación más antigua de Lit Ignis en Instagram. La conserva como un recuerdo de lo que significó el evento a nivel personal. // Foto: Captura de pantalla (@lit_ignis).
“Tengo pies, tengo manos, tengo rimas, tengo dedos…
No lo tengo todo porque no te tengo miedo”.
Le dijo Lit Ignis a Ken Zingle —a quien creció viendo en la pantalla y contra quien siempre perdía—, cuando clasificó a la nacional de Red Bull Batalla Colombia 2022.
Así explicó en ese momento el significado personal de la rima: “Tengo todo en mi vida: una mamá que me quiere, trabajo, amigos, freestyle, salud, mis abuelas están vivas… Pero por fin había perdido el miedo a rapear”.
Una hora antes del inicio de la regional, todos parecían despreocupados, sueltos, como si no estuvieran a punto de jugarse un título. Lit Ignis hacía beatbox mientras Django, Joven Drumless, Elevn, J1uan y Yoda improvisaban en círculo. Drumless suelta una rima y todos reaccionan con carcajadas: los brazos al aire, los gritos inevitables, las caras de sorpresa. En ese momento, la competencia parecía un pretexto más para reunirse.
Media hora después, me acerco a Lit Ignis.
—¿Ya se sienten los nervios? —le pregunto.
—Agarré un Red Bull, no he podido dar el primer sorbo y ya mi corazón está a mil. ¿Eso cuenta como nervios? —responde entre risas.
—¿Te sientes acompañado?
—Obvio, lo más bonito de esto es compartir el proceso con amigos.
“Mi único pecado fue no nacer aquí”
“Tú fuiste el mejor del día, la rompiste… Pero, ¿sabes qué? Lo que pasa es que estamos buscando un representante colombiano”.
Eso le dijo el organizador de una nacional a Ken Zingle tras perder la final de forma polémica. “Nunca lo voy a olvidar. Me dio un dolor en el alma, porque asumí que, al ser migrante, debía aceptar las humillaciones”. Desde ese momento, dice, la escena colombiana lo tildó de llorón por quejarse de la injusticia. “Me hicieron memes… y un poco de mierda”.
A Ken le cuesta narrar su vida de forma cronológica. Parece que tuviera que escoger cuidadosamente qué contar entre todo lo que ha vivido. Es muy preciso al hablar de sus viajes, batallas y rimas, pero también de los momentos en los que se sintió diferente. Como si lo único a lo que pudiera aferrarse fueran sus propios sueños y sus ganas de rapear.
“Veneco, devuélvase a su país” fue la frase que más lo hirió en su paso por Colombia, Ecuador y Perú. “Seguía mi camino aunque me daba bronca. ¿Acaso ellos me pagan la comida?, ¿acaso un insulto me mata?”, se repetía.
“Me puse a la defensiva”, reconoce, al referirse a las personas que le decían de frente “la re buena, socio” y por la espalda no lo bajaban de “venezolano muerto de hambre”. Todavía recuerda cuando comieron delante de él y le ofrecieron la lechuga de un sándwich, en forma de humillación.
Por eso se le hizo fácil hacerse amigo de un bogotano que lo defendió tras un conflicto en una competencia callejera de la capital. “Ese man es mi hermano hasta el día de hoy: un ñero colomboneco”, dice con cariño. También conectó con freestylers colombianos que se pusieron en sus zapatos. Compartía la mitad de su empanada y se ayudaban para pagar la inscripción de una batalla.
“Filósofo es un ‘yo’, pero en este mismo país, porque él viene de la costa. Con él creció un nexo mucho más allá del ego”, asegura. Ken nunca va a olvidar cuando lo recibió con comida, tortas y bombas para celebrarle su cumpleaños. Filósofo le confesó que nunca había hecho algo así por nadie. Ken no pudo contener las lágrimas.
Esa amistad tuvo su momento más sincero en forma de rima.
También entre lágrimas —y con la voz rota— le respondió a Filósofo en una batalla:
“Voy a ser veneco por siempre como Canserbero cantando un free,
un veneco como Akapellah dentro de la street,
mi único pecado dentro de Colombia es no nacer aquí”.
Durante todo el evento, Ken Zingle estuvo celebrando las frases de Filósofo, quien finalmente se coronó campeón de la regional de Bogotá. Buscaba contacto visual conmigo para hacer gestos: una mano al cuello, una ceja levantada, como si no hiciera falta decir más. Ya estaba claro que Filósofo estaba en su noche.
También se dedicaron rimas que parecían anunciar la final que no fue.
Filósofo le dijo a Flama en su semifinal:
“Y también rapeando,
como el Ken, como yo, representando,
porque los años van a seguir pasando
y las mismas leyendas seguiremos estando”.
Por su parte, Ken le tiró a Django:
“Inadmisible, que te vote el jurado,
toca Filo y Ken Zingle, tarado,
costeño y venezolano, perfectamente equilibrado”.
—Me siento feliz porque ganó Filo, es mi mejor amigo del freestyle. Pero tengo un sabor amargo porque quería la final contra él— me dice Ken en la salida del recinto, antes de que la policía nos pidiera que nos fuéramos.
—¿Qué significa que Filósofo se refiera a ti como parte de ese proceso de experiencia y de guerrearla?— le pregunto.
—Es muy bonito que me tenga presente porque él es parte de mi vida. Es una alegría grande verlo cumpliendo sus sueños, así como Filo lo ha hecho por mí. Cuando yo gané el cupo al Torneo de Plazas de Red Bull en Cali, él fue el único de los conocidos que se acercó a abrazarme llorando —recuerda con una sonrisa que mezcla gratitud y nostalgia.
Flama (Boyacá), Ken Zingle (Venezuela), Filósofo (Barranquilla) y Django (Santa Marta) clasificaron a la Final Nacional de Red Bull Batalla, que se disputará el 2 de octubre en el Movistar Arena. // Foto: Kevin Molano (@kevinmolanoph).
“No soy de aquí ni soy de allá”
Lit Ignis siempre se ha sentido en un punto medio. No es lo suficientemente venezolano para los venezolanos, ni lo suficientemente colombiano para los colombianos. También siente que ya no puede desprenderse del alter ego que creó para pertenecer a la cultura del freestyle. “Ahora nadie me dice Roberto, ni mis papás, que me dicen ‘hijo’”.
Cuando vivía en República Dominicana, se enfocaba en notar las diferencias. Pero al llegar a Colombia, empezó a fijarse en lo parecido. “Estoy más cerca de casa”, pensaba al ver tiendas de empanadas y arepas en las esquinas de Bogotá.
“Pero si no hago amigos aquí, me mato”, se repetía antes de darle vida a Lit Ignis, el personaje que lo ayudaría a transformarse. “Tengo que hacer algo por este pana”.
Es como si hubiera vivido dos migraciones: la primera, al salir de su país con 12 años sin poder elegir su destino; la segunda, premeditada, para recuperar su identidad en una comunidad que lo arropó como a uno más.
“Lo único que tenemos en común toda la gente de las batallas es que estamos rotos… Y en las plazas encontramos a una familia disfuncional que nos acogió”.
El freestyle ha sido su refugio en los momentos más difíciles: cuando falleció su abuela, cuando terminó con su novia. Todo se alivia, dice, con el wop wop del público antes de una batalla… y con un abrazo profundo después.
Por eso se esfuerza tanto en no fallarle a Lit Ignis. Aferrarse a la idea de ser campeón de Colombia no es solo un sueño: es una forma de honrarlo. Con el tiempo, dejar un legado se convirtió en una necesidad. “Tengo un propósito por el mensaje que quiero dar. El hombre que tiene un porqué puede resistir casi cualquier cómo”, asegura, citando uno de sus libros favoritos: El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.
Lit hizo esta reflexión mientras se tatuaba el kanji de fuego, por su nombre de rapero, y el kanji del dragón, por su año de nacimiento según el horóscopo chino. “Cuando estoy rapeando se está activando el fuego, pero cuando estoy relajado soy un dragón en reposo”, describe. También eligió grabarse en la piel el kanji de la palabra voluntad —o deseo—, como una forma de recordarse por qué eligió el camino del freestyle.
“Me quiero tatuar toda la espalda, y estoy pensando el proyecto con el Rat”, dice Lit Ignis sobre su tatuador, con quien diseña cada detalle. // Foto: Carlos Díaz.
“Yo soy como una canción de Facundo Cabral:
no soy de aquí ni soy de allá”.
Rimó en una exhibición de freestyle.
“No soy venezolano ni colombiano. Soy el recuerdo que le quedó a los muchachos”, explicó después. Lit Ignis también es la suma de los libros que leyó, de las películas que vio, de las decisiones que tomó, de la gente que extraña y del dolor de su madre. Esa es su nueva identidad.
—Ahora me toca reescribir el tablero —admite Lit Ignis, después de perder en octavos de final contra JM Serna.
—Pero vas a buscar clasificarte en las plazas, ¿no? —le pregunto, refiriéndome a los cuatro cupos disponibles para entrar a la nacional en los parques de Colombia.
—Obvio, mano. Cuando yo te digo que voy a ser campeón de este país no es paja —afirma con seguridad.
—¿Y si no lo consigues en Bogotá? ¿Viajarías a Medellín, Bucaramanga o la costa?
—Claro, yo soy un tipo terco. Si ya me clasifiqué una vez en la plaza, puedo hacerlo de nuevo —responde.
—¿Todavía sigue en pie lo de resignificar tu experiencia en el Movistar Arena?
—Así será. Sabía que esto era algo que podía pasar. De hecho, mi psicólogo me dijo: “Yo quiero que tú estés dispuesto a hacer todo lo necesario para ser campeón, pero que sepas que, aun así, puedes perder en primera”.
“El tablero es un poquito como funciona mi cabeza”, dice Lit Ignis. Allí conviven tareas, deseos y símbolos que organizan su vida: del código samurái al fuego que inspira su nombre. // Foto: Carlos Díaz.
“Lo poco que puedo devolver”
Hace tres años, Ken Zingle ideó una estrategia para impulsar a los freestylers venezolanos en Bogotá, junto a cualquier colombiano que quisiera unirse al parche. “Aquí brillamos todos” no es solo un lema: es la promesa de que, sin importar el resultado, ninguno batalla solo.
“Ellos tienen un país, ¿y se van a sentir amenazados porque nos animamos entre diez?”, se pregunta con una sonrisa.
Además de soñar con ser campeón internacional de Red Bull, comprarle una casa a su mamá y crear una fundación para rescatar animales callejeros, Ken también sueña con montar una plataforma que ayude a raperos sin recursos a explotar su talento.
“Por el momento se hace lo que se puede”, dice, al recordar la fecha de CDB en la que pagó 20 inscripciones: entre amigos cercanos y otros raperos del parque que no tenían plata para competir. “Decidí volverme una madre en ciertos aspectos. Es lo poco que le puedo devolver a algo que me ha dado todo”.
Transformar un sueño
“Mi batalla soñada sería contra mi hermano Ken en la final de Red Bull Internacional”, dice Winstown, freestyler venezolano, sentado en un andén de la Biblioteca El Tintal, al suroccidente de Bogotá. Desde hace dos años, ese espacio se convirtió en su lugar favorito. Primero fue un sitio de tranquilidad y reflexión. Luego, su primer escenario. “Empecé a dejar los lunes libres para no fallar a ninguna fecha de Kings Clan”, cuenta entre risas.
Winston Quintero (Winstown, 23 años) en la Biblioteca El Tintal. Todos los lunes en las noches ese lugar se convierte en un escenario al aire libre. “Significa mi primer paso”. // Foto: Carlos Díaz.
Cuando migró a los 16 años con su abuela y su hermana, para reencontrarse con su mamá y su tío en la localidad de Kennedy, nunca imaginó que el freestyle terminaría siendo tan importante. Al principio, su vida en la capital colombiana giraba más en torno a la cocina y al deporte que al rap.
“Empecé como auxiliar, después me ascendieron a encargado y finalmente pasé a ser cocinero”, relata Winstown, tras dar detalles de su especialidad: los platos orientales. “Mi gusto por la cocina viene desde las reuniones familiares en mi casa del Zulia. Mi tío era chef y me atrajo la idea de brindar cariño con una comida bien chimba”.
También en Venezuela llegó a jugar en ligas semiprofesionales de voleibol y básquetbol. Ya en Bogotá, el deporte fue la primera forma que encontró para hacer amigos. “Me integré con lo que mejor sabía hacer: el deporte”, dice, cuando recuerda al parche de colombianos que conoció en una cancha del barrio María Paz. “Intentaba no sobresalir tanto, pero sí que dijeran: ‘este man sabe’, para que me invitaran a la próxima”.
Todo cambió aquel 3 de julio de 2023, fecha en la que se acercó a una multitud reunida detrás de la Biblioteca El Tintal. “¿Serán las batallas?”, pensó antes de ir, aunque supiera la respuesta. Los beats de rap y el particular grito de celebración del público ya le eran familiares: había visto el auge del freestyle venezolano a través de la pantalla.
“Me quedé impresionado. Estuvo fino porque había gente de todos lados, de todos los estilos”.
La semana siguiente se animó a participar, aunque temblaba del miedo.
“Fue un desastre. Yo salí diciendo: ‘¿para qué hice esto?’”, cuenta con una risa nerviosa.
“Pero como en el deporte, siempre me ha gustado demostrar que puedo ser bueno… Así que no me podía echar pa’ atrás”.
Seguir en el freestyle hasta hoy no hubiera sido posible sin la red de venezolanos que conoció en su primera batalla. Raperos que llevaban más tiempo —como Keta, Pac, Koby, Sahid y Ken Zingle— se hicieron sus amigos y lo motivaron a seguir mejorando. Escuchar “a los que saben” fue clave. Pero igual de importante fue el sentido de comunidad que encontró en las plazas.
Robo Beat Box, Koby, Souler, Winstown, Keta, Aylas Mafia y Lil D son freestylers venezolanos que se acompañan en cada competencia de plaza. Esa noche, Ken Zingle se quedó en casa: el frío y la silla de ruedas complicaban cualquier salida. // Foto: Carlos Díaz.
“Fue muy loco integrarme a las batallas y que a las dos semanas me estuviera haciendo amigo de Ken Zingle”, confiesa con admiración. Que una leyenda —como él lo considera— le ofreciera su apoyo de forma genuina significó un impulso enorme. De hecho, la primera vez que batalló fuera de Bogotá viajó con Ken, a Cúcuta. “Me traicionaron los nervios, pero estaba acompañado”.
Winstown todavía no ha ganado una competencia de plaza, pero confía en que su momento llegará.
“Siempre quise ser deportista profesional. La pandemia me quitó la oportunidad de probarme como futbolista en la cantera de Millonarios”, cuenta. “Pero ahora que conozco el freestyle me veo en escenarios grandes, inspirando a otros. Ya no puedo soltar esto”.
Un día antes de la regional, Winstown le cortó el pelo a Ken Zingle en un live de TikTok. El 30 de mayo lo acompañó en cada instante, tan nervioso que parecía que fuera él quien iba a competir. // Foto: Fernando Vega (@fernandocongafas).
—Mira, esta es la parte de Ken —dice Winstown, emocionado, mientras reproduce la última canción que grabó con Ken Zingle y Keta.
—Todavía nos falta ponerle nombre. También tengo un drill con Keta por sacar —agrega.
Desde su casa, ese mismo día, Ken Zingle sonríe al recordar la grabación:
—Los muchachos escribieron su parte y yo de puro malandreo me improvisé la mía. Mira cómo salió, no parece un freestyle.
—Parezco el Profesor X. Esto se llama manejar la silla en estilo libre— bromea Ken Zingle al saludarme, a una hora del arranque de la regional, mientras se dirige a la zona de fotos. Winstown lo empuja y Keta lo acompaña unos pasos más atrás.
Luego de la sesión, aprovecho para entrevistarlo.
—A nivel ritual, sé que esta convivencia previa siempre pesa bastante, y te he visto un poco apartado del resto de competidores. ¿Hay algo de estrategia detrás de eso?
—No, es que realmente todo está sectorizado por grupitos. Yo estoy con gente por la que mataría y que mataría por mí. Es lo único que necesito, son los que confían en mí. Y el que quiera confiar, que aproveche a ponerse del lado correcto de la historia, mientras pueda.
“La arepa como único símbolo patrio”
Lit Ignis saluda a cada uno de los presentes cuando llega a una plaza, aunque no los conozca. A ratos se enfoca en mirar las batallas. Por momentos se aparta para hablar con Django y Ruffaz. Pero la mayor parte del tiempo se mezcla con quienes se apropian del beat de fondo para lanzar la rima más graciosa.
“Mardición fue lo que te hicieron en el pelo”, le dice a Django mientras suelta una carcajada.
Ruffaz, Django y Lit Ignis, en la primera fecha de la competencia Museo al Barrio, en la localidad de Suba. Ese día, Django perdió en repechaje, mientras que Ruffaz y Lit Ignis se cruzaron en la primera ronda. // Foto: Carlos Díaz.
Lit no se considera “el venezolano bueno”, sino el que jamás se quejó. Desde que se integró a la escena de las batallas lo hizo con curiosidad. Si alguna decisión le parecía injusta, prefería pensar que le había faltado algo. Nunca se casó con una sola escuela: se enfocó en absorber lo mejor del freestyle colombiano y venezolano.
“Creo que por eso la gente me apreció tanto. Yo no veía a los demás como el problema”.
Pese a que conserva su acento como un símbolo de su país, admite que eso mismo fue, durante mucho tiempo, su mayor desventaja al competir. “Sobre todo por el efecto que genera en el público cuando alguien te tira un ‘veneco muerto de hambre’”, recuerda.
“Pero es una barrera que se puede romper”.
“Resignificar la xenofobia”, dice, no solo es posible: ya está ocurriendo. Y él mismo ha sido parte de ese proceso. Lit Ignis se siente orgulloso de haber “malandrizado a media Bogotá”. Ahora es común escuchar a algunos freestylers utilizando expresiones venezolanas. “Ruffaz usa mucho el ‘no hay vida’, esa es una frase mía, marico… El cantadito también se les ha pegado”.
Por eso no dudó en responderle a un compatriota en Maracaibo que le tiró por haber perdido en primera ronda de Red Bull Colombia:
“¿Cómo que no te representé?
Hay muchas formas de representar y lo hice más de una vez.
Si yo fui a representarte en la tierra del café,
y tengo a Bogotá diciendo ‘vergación’, ‘mardito’ y ‘queloqué’”.
Lit dice que entre los dos países forman “una mescolanza” que es mucho más visible en las batallas. “Yo me gané el cupo a la nacional de 2023 entre 300 mamahuevos, la mayoría colombianos”, evoca. “Si el nivel de freestyle y la energía se prestan, va a ganar quien sea”.
Lit Ignis se ha clasificado a la nacional de Red Bull Colombia de todas las formas posibles: a través de regional (2022), en la plaza (2023) y por video de selección (2024). // Video: Código de Barras.
Todo lo resume en una frase que soltó en el evento GolpeArte, con la temática “¿Qué harías si fueras presidente?”:
“Si votan por mí, siendo venezolano, van a encontrar un cambio,
porque soy el único que no miente, ya no hay labia en mis labios.
Tres colores, dos banderas, pero ya no va a ser necesario,
si somos la misma especie, teniendo la arepa como único símbolo patrio”.
—Voy a pararme para tomarme las fotos —le dice Ken Zingle a unos niños que se acercan a abrazarlo a la salida del evento.
La escena se disuelve entre risas, flashes y manos que se estiran para agradecerle. Entonces le pregunto:
—Más allá de las fronteras, ¿qué implica para ti generar emociones en un público joven? Vi que la gente se volvió loca con tu rima de “hasta la mejor comida, devuelve el Ego a la infancia”, inspirada en Ratatouille con la temática “ego”.
—Se me acaba de erizar la piel —responde de inmediato—. Porque ese es el arte. Más allá de las divisiones, cuando haces algo genuino, la gente te encuentra. Incluso en la oscuridad, donde quieran esconderte, van a reconocer lo bueno y lo mágico.
Antes de despedirme de él, aparece Cosa Fea —el host bogotano—, quien lo felicita por su papel en la regional. Tras un fuerte abrazo, Ken entona el coro que su amigo ha inmortalizado en tantas plazas:
“Bendecidos por el rap, por la música underground,
por el arte de las calles, say yeh,
y bendecidos por el rap, por la música underground,
por el arte de las calles”.
Esta crónica fue realizada como parte del taller Cambiar la Mirada. Nuevas narrativas sobre migración, coordinado por Eileen Truax, en alianza con Factual, ONU-Derechos Humanos, la Universidat Autònoma de Barcelona y CER-Migracions.